domingo, mayo 18, 2008

A 28 años de su muerte, aun en nuestras mentes....

Ocurrió el 18 de mayo de 1980. Solo en su casa de Manchester, Ian Curtis se enfrentó a su angustiosa situación. Su esposa, Deborah, insistía en el divorcio. Vio Stroszek, una tragicomedia de su director favorito, Werner Herzog. Escuchó The idiot, un disco introspectivo de su amado Iggy Pop. En algún momento de la noche se ahorcó en la cocina.

Pero volvamos a 1980. El día en que murió, sus compañeros no daban crédito. En unos días, Joy Division iniciaba una gira por EE UU y el cantante parecía excitado por la aventura. Sabían que Ian había intentado suicidarse tragándose un puñado de medicamentos, pero creían que era un gesto para la galería.

Sería difícil encontrar un lugar más oscuro en la música que Joy Division. Su nombre, sus letras y su cantante fueron una nube negra tan grande como cualquiera del cielo”. Bono, el vocalista e ideólogo de U2, definía así la banda de Manchester (1976-1980) al reconocerla como influencia clave. Parecido efecto tuvo en The Cure y otros contemporáneos, en cualquier hornada posterior de músicos desolados y, cómo no, en los actuales revivalistas (Interpol, Editors…) del post-punk de finales de los setenta.

En sus textos, Curtis mezclaba vivencias con el poso de sus lecturas, de Kafka a J. G. Ballard. Practicaba la escritura automática; sobre el escenario parecía estar poseído. Cuando sufrió el primer ataque de epilepsia, algunos pensaron que estaba llevando demasiado lejos su personaje escénico. Ya era objeto de veneración: sus discos tenían carácter icónico y muchas almas sensibles los tenían como declaración de identidad; se bailaban mecánicamente en discotecas sombrías.

Ian metabolizaba sus pesadillas y transformaba dolores secretos en arte tenso. Pero la popularidad no proporcionaba alivio para sus miserias. Los médicos le atiborraban de barbitúricos. Su sentido del compañerismo le obligaba a seguir el implacable ritmo de trabajo de la banda. Su muerte le hizo mito: "Iba en serio, no era pose". Tras su muerte, Joy Division tuvo su primer éxito masivo con el relanzamiento de Love will tear us apart. Los primeros ochenta vieron la vulgarización de sus hallazgos, con el ascenso del tecno-pop. Hasta She's lost control imperó en las pistas de baile, en la versión de Grace Jones.

las esqueléticas canciones de Joy Division. Solían tener títulos lapidarios: Atmosphere, Isolation, Transmission, Colony, The eternal, Disorder, Decades. Seducían por su arquitectura y también por sugerir visiones de vidas sin esperanza: She's lost control retrataba a una joven víctima de la epilepsia, de la que cuidó Curtis; la dificultad de entenderse con la persona amada impulsaba Love will tear us apart. Curtis estaba enamorado de su mujer, pero ella sabía de su relación con Annik Honoré, una belga que no se conformaba con ser una grupie más.

En directo con Joy Division, Ian padeció varios ataques (el público a menudo creía que formaban parte del show), y el ritmo de actuaciones, consentido por él, no favorecía su salud. Justo en vísperas de la primera gira estadounidense, decidió ahorcarse con la cuerda de la ropa. Nada extraño, teniendo en cuenta la sobredosis que meses antes había sufrido con un medicamento (de chaval había protagonizado otra, fruto de sus experimentos con las drogas) y lo que parecía desprenderse de las canciones de Closer, el álbum póstumo. Eso sin contar su etapa adolescente, en la que idealizaba morir joven. “Me cuesta mucho creer que al final mantuviera esas ideas románticas: estaba sufriendo de verdad”, rebate Deborah.

Veintiocho años después, Ian Curtis sigue, de alguna manera, vivo. Sus canciones mantienen una enorme influencia y una película sobre su vida, Control.


por S.Banks
Fuente: Javu Oasis

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